
Al menos en estos países del tercer mundo, todavía encontramos personas que miran a los sacerdotes y religiosos como a alguien superior.
Además de no ser cierto, esto nos hace mutuamente mal: a ellas porque cuando les encuentran alguna falla o pecado se escandalizan, y a nosotros porque, aunque parezca mentira, a veces 'nos la creemos', como el fariseo de la parábola de hoy.
Más bien, intentemos siempre acercarnos al publicano y exclamar confiadamente: ¡Señor, ten piedad de nosotros!